El Papel de las Catástrofes en el Pensamiento Científico 

Por Ariel Roth

La catedral estaba abarrotada; ¡Era el Día de Todos los Santos! Inesperadamente, el edificio comenzó a temblar y los feligreses trataron de salir corriendo por la entrada. Otros intentaban escapar de otra iglesia ubicada a un lado de la catedral, mientras que edificios de varias plantas se elevaban imponentes del otro lado. De pronto, momentos después, las fachadas de las iglesias y los edificios vecinos se derrumbaron y enterraron a todas las pobres almas allí reunidas[1]

Así fue el famoso terremoto de Lisboa ocurrido en Portugal el 1 de noviembre de 1755, que destruyó más de la mitad de la ciudad, además de consecuencias adicionales. Tres grandes tsunamis seguidos y los incendios que ardieron durante cinco días contribuyeron a una mayor destrucción. La magnitud del terremoto se ha estimado en 8,7 y algunos sugieren que ese día murieron entre 90,000 y 100,000 personas en Europa y África. Sus efectos fueron inusualmente amplios a nivel geográfico, y se notaron incluso en la región del Caribe, afectando a tres continentes. Aunque que se han registrado terremotos mayores, el de Lisboa ha sido probablemente el más impactante, debido especialmente a las profundas implicaciones filosóficas que tuvo en el pensamiento de la humanidad. Llegó en un momento muy crítico para el pensamiento occidental. ¿Dónde estaba Dios? ¿Cómo pudo un Dios amoroso y bondadoso, que había enviado a su Hijo a salvar a la humanidad, permitir un evento tan trágico?

Existen numerosos libros y artículos que abordan el aparente conflicto entre la bondad de Dios y la presencia del mal en el universo (esta área del conocimiento teológico se denomina teodicea).[2] Entre las ideas que más prevalecen está la sugerencia de que el sufrimiento es necesario para desarrollar un buen carácter. Relacionado con ello, está la idea de que las calamidades, como los terremotos, nos enseñan que prevalece el principio de causa y efecto, que el universo es racional y el bien así como el mal, tienen sus consecuencias. Otra visión dominante es que Dios concede libre albedrío, y nos permite tomar decisiones equivocadas que tendrán malas consecuencias. La verdadera libertad requiere que se permita el mal. Dado que Dios ha otorgado libre albedrío al universo, no es responsable del mal causado por aquellos que provocan sufrimiento en el gran conflicto entre el bien y el mal. Otros sugieren que “los terremotos no matan a las personas, ¡los edificios lo hacen!”. Esa afirmación es a menudo correcta, ya que la mortalidad masiva de los terremotos podría reducirse drásticamente si construyéramos mejores edificios. La Biblia sugiere que Dios está directamente implicado en algunas catástrofes como el diluvio mencionado en Génesis. La participación de un Dios de amor en un evento tal se puede explicar sabiendo que el diluvio del Génesis “afligía” a Dios,[3] y lo utilizó para salvar a cuantos fuera posible de una clase de humanos que habían escogido hacer “sólo continuamente el mal[4]. En ese contexto, el terrible Diluvio fue principalmente el resultado de la maldad de la humanidad; la consecuencia del libre albedrío que Dios nos ha concedido. Por otro lado, hay quien sugiere que Dios no está directamente involucrado en la mayoría de los desastres naturales. Los frecuentes terremotos que experimentamos, incluido el de Lisboa, ocurren cuando la Tierra ajusta los desequilibrios. El Diluvio Universal del Génesis podría haber causado un gran desequilibrio en la corteza terrestre que todavía hoy se está ajustando. Teniendo en cuenta cuán compleja es la realidad, es probable que varias de estas explicaciones, u otras, sean válidas.

Foto de la Catarata de Gulfoss, en Islandia. Esta catarata es uno de los lugares más turísticos de Islandia, y la catarata más poderosa de Europa. El agua procede mayormente de la fusión de los glaciares situados más arriba. La cascada cae 32 metros en un cañón estrecho que tiene 70 metros de profundidad y 2,5 km de largo. Los geólogos han sugerido que el cañón se formó por descargas catastróficas de origen glacial al final de la era glacial.

LAS GRANDES CATÁSTROFES

Las catástrofes ocurren de muchas formas y con diversas consecuencias. Uno de las más peculiares fue la repentina liberación de una gran nube de gas, principalmente dióxido de carbono, del lago Nyos en Camerún en 1986. La nube contaminó el aire de la región, sofocando a casi 1700 personas. Las avalanchas, los deslizamientos de tierra, los huracanes y los tornados (ciclones) ocasionalmente se cobran también su precio. Probablemente, los agentes catastróficos más importantes son los terremotos, las inundaciones y los volcanes. Uno de mis recuerdos más memorables fue el día cuando pude observar los flujos volcánicos de la isla de Hawái.

Flujo de lava en la isla de Hawái. Poco después de que se tomó esta fotografía, el árbol del centro quedó calcinado por la lava.

¡Nunca había visto rocas formarse tan rápido! En la famosa Meseta Volcánica del Decán de la India, la lava que surgió de las grietas en la corteza terrestre en la India cubre ahora 500.000 km2, lo que sugiere una actividad volcánica generalizada en el pasado.[5] Las inundaciones tienden a ser devastadoras. El mejor ejemplo es el diluvio de Génesis que cubrió todo el planeta. Los terremotos pueden generar olas enormes llamadas tsunamis. En 2004, en un solo día, más de 250.000 personas perecieron por causa de un tsunami en el sudeste asiático.[6] El 5 de junio de 1976, la presa Teton de 100 metros de altura en Idaho falló y en unas pocas horas se vació causando once muertos y una destrucción generalizada en el valle.[7] Las catástrofes como el terremoto de Lisboa son eventos que frecuentemente ocurren de manera rápida.

La importancia de las catástrofes en la historia geológica de la Tierra ha sido la causa principal de una larga controversia científica con importantes implicaciones en cuestiones de tiempo. Antes del siglo XIX, a pesar del movimiento de la Ilustración, la mayoría de los científicos creía en el relato bíblico de los orígenes,[8] aunque existían diversas interpretaciones. La más extendida era que hubo una creación reciente de Dios hace unos miles de años, seguida por un catastrófico diluvio universal. Los abundantes fósiles de organismos marinos encontrados en las altas cumbres de la cordillera europea de los Alpes se interpretaban como evidencia de ese asombroso Diluvio.

EL RECHAZO DE LAS CATÁSTROFES

Un terremoto como el de Lisboa ilustra dramáticamente que algunos cambios geológicos pueden ocurrir realmente rápido. Sin embargo, unas pocas décadas más tarde, algunos geólogos sugirieron que todo en geología se desarrollaba más lentamente y durante mucho más tiempo que el propuesto por el modelo bíblico de los orígenes. En 1830 apareció un libro titulado Principles of Geology, que provocó cambios importantes no solo en el pensamiento geológico, sino también en la ciencia en general. Escrito por Charles Lyell, se hizo enseguida muy popular llegando a publicarse once ediciones. Uno puede entender la esencia del pensamiento de Lyell a partir de una carta que escribió a su colega, el geólogo Roderick Murchison. Allí afirma que “no ha habido causas que hayan actuado, independientemente de lo que observemos desde el pasado más remoto al tiempo presente, excepto las que actúan hoy y... nunca actuaron con niveles de energía diferentes de los actuales.”[9] El énfasis cambió de los rápidos eventos catastróficos a los cambios lentos y graduales a lo largo de prolongadas eras geológicas. Dos conceptos principales entraron en conflicto en ese momento. Por un lado, el catastrofismo tradicional proponía que grandes catástrofes, generalmente de consecuencias mundiales, habían sido el agente principal en la formación de la corteza terrestre. Para ello, no se requerían largos periodos de tiempo. El uniformismo, en cambio, proponía que lo más importante en la formación de la corteza terrestre eran los factores geológicos normales actuando lenta y constantemente. Las catástrofes no eran importantes y fueron sustituidas por el extenso tiempo que se requiere para producir los mismos efectos lentamente. El catastrofismo encajaba bien en el modelo bíblico de los orígenes pero el uniformismo requería un modelo de desarrollo lento durante eones de tiempo. Esa nueva visión desafió abiertamente la veracidad de la Biblia. ¿No era la Biblia la verdadera palabra de Dios? Lo que había en juego era mucho más que interpretaciones geológicas.

Al mismo tiempo, varios geólogos en Inglaterra, algunos de los cuales habían apoyado firmemente la Creación y el modelo diluvial de la Biblia, comenzaron a considerar la necesidad de largas edades para la formación de las capas geológicas. Además, las ideas sobre la evolución gradual de las formas de vida durante un tiempo muy largo empezaron a ser aceptadas, especialmente tras la publicación del libro de Charles Darwin El Origen de las Especies. El catastrofismo se convirtió en una idea desvirtuada, situándose en la misma categoría en la que se encuentra hoy el creacionismo para la comunidad científica: totalmente inaceptable. No se permitían interpretaciones que involucraran grandes catástrofes. El “uniformismo” ganó y se convirtió en dogma durante más de un siglo.

LA REACEPTACIÓN DE LAS CATÁSTROFES

Sin embargo, no todo estaba claro. Nuevos estudios geológicos proporcionaron datos cuya interpretación parecía requerir catastrofismo. En 1923 el geólogo Harlan Bretz de la Universidad de Chicago estaba estudiando la región sureste del estado de Washington. Allí encontró evidencias de cientos de cascadas antiguas, algunas de ellas de 100 metros de altura (Figura 2), y muchas otras evidencias de actividad catastrófica. Bretz se atrevió a sugerir en una publicación geológica que una gran inundación catastrófica de corta duración había producido este paisaje excavado.[10] Pero las catástrofes no estaban permitidas en el paradigma prevaleciente. Adoptar un modelo tan cercano al diluvio bíblico[11] implicaba retroceder a la “Edad Oscura”. En las propias palabras de Bretz, “la herejía debe ser sofocada con firmeza”.[12] Bretz necesitaba atención especial por parte de sus colegas, y para ello se le ofreció presentar su trabajo ante la Sociedad Geológica de Washigton DC. Un grupo de geólogos escépticos estaba presente para desafiar la hipótesis de la inundación. Después del informe detallado de Bretz, cinco miembros del prestigioso Servicio Geológico de Estados Unidos presentaron objeciones al modelo. ¡Dos de ellos ni siquiera habían visitado el área de estudio! Aparentemente, nadie en la reunión cambió de opinión, pero en años sucesivos se descubrieron más y más datos de las rocas que respaldaban la visión de Bretz, y las opiniones de este moderno Noé y su igualmente indeseable inundación fueron vindicadas. Por su trabajo cuidadoso y valentía, Bretz fue galardonado con la Medalla Penrose, el premio geológico más prestigioso de los Estados Unidos.

Otro problema para el uniformismo surgió a lo largo de la costa sur de California. Las capas de las rocas sedimentarias, tanto en la tierra (Figura 3) como en el mar, mostraban características y fósiles de aguas someras mezclados con fósiles de organismos de aguas profundas que solo se encuentran a cientos de metros de profundidad.[13] ¿Cómo podría formarse este tipo de estructura si la deposición de sedimentos siempre ocurre lentamente y en condiciones de calma? Por otro lado, experimentos de laboratorio habían demostrado que el barro que fluye bajo el agua, llamado corriente de turbidez, podía viajar rápidamente cuesta abajo, dando lugar a depósitos complejos característicos llamados turbiditas (Figura 4). En la Figura 3, cada capa tiene unos diez centímetros de grosor. Generalmente una sola corriente de turbidez da lugar a la formación de varias capas. Los depósitos de una única turbidita pueden alcanzar los 200 metros de espesor. El misterio de los fósiles de aguas superficiales y de aguas profundas encontrados en la misma capa se resuelve si, a lo largo de la costa sur de California, hubo en el pasado corrientes de turbidez que fluyeron desde una zona costera poco profunda a una profunda arrastrando a los organismos de ambas zonas en el flujo.

Mientras todo esto ocurría a mediados del siglo XX, al mismo tiempo se terminaban de dilucidar los detalles de un flujo de corriente de turbidez anterior pero de mayor magnitud que afectó al norte del Océano Atlántico. En 1929, un terremoto a lo largo de las provincias marítimas del este de Canadá había soltado una gran cantidad de sedimentos situados en el borde de la plataforma continental, que fluyeron como una corriente de turbidez hasta la llanura abisal de la base de la pendiente. El flujo pasó sobre el casco del Titanic que había estado allí desde 1912. La corriente de turbidez también rompió una serie de cables transatlánticos que yacían en el suelo del océano. El momento preciso en el que cada uno de los cables dejó de transmitir datos permitió calcular con exactitud la posición del flujo y su velocidad, que se determinó por encima de 100 kilómetros por hora. La corriente de turbidez tomó alrededor de 13 horas para alcanzar una distancia de 700 kilómetros de su fuente. La turbidita resultante, de un metro de espesor, tenía un volumen estimado de 100 kilómetros cúbicos, cubriendo un área de 100.000 kilómetros cuadrados.[14] A partir de ese momento el concepto de turbidita cobró impulso rápidamente, y solo dos décadas después se empezó a afirmar que “decenas de miles de capas superpuestas se interpretan como turbiditas”.[15]

EL SIGNIFICADO PROFUNDO

Lo que sucedió a mediados del siglo XX, es que los datos indicaban claramente que la idea de uniformismo estricto de la comunidad geológica era equivocada. Poco a poco, otros geólogos se atrevieron a sugerir otras interpretaciones catastróficas, incluyendo la idea de que un asteroide golpeó la tierra y exterminó a los dinosaurios al final del Cretácico.[16] Basado principalmente en datos de las rocas, el catastrofismo experimentó un dramático retorno. Este cambio ha sido clasificado como “un gran adelanto filosófico”[17], y se admite que “cada vez es más reconocido el importante papel de las grandes tormentas a lo largo de la historia geológica”.[18] El nuevo catastrofismo es un poco diferente del catastrofismo clásico donde predominaba el diluvio bíblico del Génesis. Hoy, muchos geólogos aceptan la existencia de grandes catástrofes, pero a menudo se sugiere que hubo numerosas catástrofes separadas por grandes cantidades de tiempo, acomodando así el concepto de largas edades geológicas. No se ha regresado a la aceptación del Diluvio bíblico, pero al menos el concepto de catástrofe geológica no se rechaza.

Hay una lección profunda que aprender de la historia turbulenta del concepto de catastrofismo en la comunidad científica. Primero el catastrofismo era una idea aceptada, luego el concepto fue rechazado como inaceptable, sólo para ser readmitido 130 años después. Las complejas razones sociológicas y psicológicas de tales cambios van más allá de un análisis simple, pero podemos aprender de lo sucedido. Aunque un concepto sea completamente rechazado por la comunidad científica, no significa que sea incorrecto, o que dicha comunidad no lo vuelva a adoptar en el futuro. Mientras la ciencia sea digna de respeto, la realidad se acabará imponiendo a pesar de las cambiantes opiniones humanas.


REFERENCIAS:

[1] Para más información, ver capítulo 1 en Shrady N. 2008. The Last Day. New York: Viking.

[2] Para varias referencias ver: Roth AA. 1998. ORIGINS: Linking Science and Scripture. Hagerstown, MD: Review and Herald Publishing Association, nota 4, página 321. Para una tratamiento del tema del sufrimiento, especialmente en el mundo biológico, ver el final de Discussion Núm. 3, de la serie Bible and Science, en la página de internet del autor (www.sciencesandscriptures.com).

[3] Génesis 6:6.

[4] Génesis 6:5.

[5] http://www.portal.gsi.gov.in/portal/page?_pageid=127,689645&_dad=portal&_schema=PORTAL. (Accedido 1/enero/2015)

[6] http://www.tsunami2004.net/tsunami-2004-facts/. (Accedido 1/enero/2015)

[7] https://www.usbr.gov/pn/snakeriver/dams/uppersnake... (Accedido 22/marzo/2018)

[8] En aquel tiempo, aquellos que estudiaban la naturaleza recibían el nombre de naturalistas o filósofos , en lugar de científicos.

[9] Del capítulo 2 del libro, Hallam A. 1983. Great Geological Controversies. New York: Oxford University Press.

[10] Bretz JH. 1923. The Channeled Scablands of the Columbia Plateau. Journal of Geology 31:617-649.

[11] Algunos geólogos habían sugerido varios eventos de inundación. La mayoriía de los que apoyaban el modelo bíblico no equiparaban la inundación de Bretz con el Diluvio de Génesis, sino que lo consideraban un diluvio más reciente asociado con la actividad glacial.

[12] Bretz JH, Smith HTU, Neff GE. 1956. The Channeled Scabland of Washington: new data and interpretations. Geolgical Society of America Bulletin 67:957-1049.

[13] Natland ML, Kuenen PhH. 1951. Sedimentary history of the Ventura Basin, California, and the action of turbidity currents. Society of Economic Paleontologists and Mineralogists Special Publication 2:76-107; Phleger FB.1951. Displaced foraminifera faunas. Society of Economic Paleontologists and Mineralogists Special Publication 2:66-75.

[14] Para más información y referencias, ver Roth AA. ORIGINS: Linking Science and Scripture, Hagerstown, MD: Review and Herald Publishing Association, p 216-217.

[15] Walker RG. 1973. Mopping up the turbidite mess. In: Ginsburg RN, editor. Evolving concepts in sedimentology. Baltimore: Johns Hopkins University Press, p 1-37.

[16] Alvarez LW, et al. 1980. Extraterrestrial causes for the Cretaceous-Tertiary extinction. Science 208:1095-1108.

[17] Kauffman E, as quoted in Lewin R. 1983. Extinctions and the history of life. Science 221:935-937.

[18] Nummendal D. 1982. Clastics. Geotimes 27(2):23.

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